Docetismo

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Docetismo

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La herejía docética toma este nombre de la raíz griega doké? (?????), que significa ‘parecer o parecerle a uno’. Es una doctrina contraria a la enseñanza de la Iglesia Católica, aparecida a finales del primer siglo de la era cristiana, que afirmaba que Cristo no había sufrido la crucifixión, que su cuerpo sólo era aparente y no real. Es esta idea la que el apóstol Juan quiere desestimar cuando escribe su primera carta universal 1 Jn 1:1. Incluso el filósofo gnóstico Basilides afirmó, para explicar el traslado de la cruz, que fue Simón de Cirene y no Cristo quien la cargó. La herejía tiene su raíz en la influencia platónica, que afirma que son las ideas las únicas realidades y nuestro mundo es sólo un reflejo, una imagen; además, se nutría de la idea, hasta cierto punto generalizada en aquella época, de que la materia era corrupta, que “el cuerpo es la cárcel del espíritu”, como decían los griegos. La doctrina docética, enraizada también en el dualismo gnóstico, dividía tajantemente los conceptos de cuerpo y espíritu, atribuyendo todo lo temporal, ilusorio y corrupto al primero y todo lo eterno, real y perfecto al segundo; de ahí que sostuviera que el cuerpo de Cristo fue tan sólo una ilusión y que, de igual modo, su crucifixión existió más que como mera apariencia. El Islam conserva también este punto de vista y sostiene que el cuerpo del profeta Isa (el nombre con que conocen a Jesucristo) sólo fue crucificado como una ilusión.

Esta herejía borra a Jesucristo como una figura histórica y como el hijo carnal del Padre; en consecuencia, derrumba el sacrificio redentor del Mesías. En caso de haber sido aceptada, esta doctrina habría abolido al mismo Cristo como figura central del cristianismo. San Ignacio de Antioquía escribe a los fieles de Esmirna que Jesucristo “es verdaderamente del linaje de David según la carne, pero Hijo de Dios por la voluntad y poder divinos, verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera en Él toda justicia, verdaderamente clavado en cruz en la carne por amor a nosotros bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca (del cual somos fruto, esto es, su más bienaventurada pasión); para que Él pueda alzar un estandarte para todas las edades por medio de su resurrección, para sus santos y sus fieles, tanto si son judíos como gentiles, en el cuerpo único de su Iglesia. Porque Él sufrió todas estas cosas por nosotros [para que pudiéramos ser salvos]; y sufrió verdaderamente, del mismo modo que resucitó verdaderamente; no como algunos que no son creyentes dicen que sufrió en apariencia, y que ellos mismos son mera apariencia. Y según sus opiniones así les sucederá, porque son sin cuerpo y como los demonios”.

Es fácil deducir las enormes y desastrosas consecuencias que esta doctrina habría ocasionado en la naciente Iglesia; de ahí que el cristianismo haya promovido, en oposición al ideal grecolatino, la idea de que “el cuerpo es el templo del espíritu”.

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