Ludismo
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El ludismo (luddism en inglés) fue un movimiento obrero que adquirió auge en Inglaterra a partir de 1811, y cuyas acciones se basaban en la revuelta espontánea y desorganizada, atacando con frecuencia a los instrumentos de producción. Sus seguidores se llamaban ludistas o luditas (luddites en inglés), nombre que tomaron del semilegendario líder del movimiento, Ned Ludd.
El movimiento ludista tuvo una vida relativamente corta. Pronto muchos de los dirigentes obreros comprendieron que no eran las máquinas sino los empresarios sus enemigos. Gran Bretaña conoció cuatro grandes oleadas ludistas entre 1811 y 1816 y posteriormente el movimiento se extendió por toda Europa (en España son conocidos los hechos de Alcoy, en 1820).
El movimiento se oponía a toda clase de tecnología, que según su parte ideológica, hace que el hombre pierda su capacidad laboral y por ende creativa, para servirse de manera esclavista a las formas de tecnología, que hacen más productivo el trabajo en términos de rapidez y no en el capital humano. El maquinismo supuso muy pronto el deterioro de las condiciones de trabajo de los obreros y, al principio, dejó a muchos sin trabajo. Por ello, en las primeras décadas del siglo se produjeron muchos levantamientos de obreros y campesinos que protestaban contra la introducción de las máquinas y la generalización del sistema fabril.
El ludismo surgió como una primera respuesta violenta a las crecientes tasas de paro que supusieron la implantación de máquinas capaces de hacer el trabajo de varios hombres, con la consiguiente pérdida del empleo por parte de los mismos, implicando que los obreros empezaran a ver a las máquinas como causantes de sus problemas. Ya empieza a manifestarse un sentimiento de unidad entre las clases proletarias, mejor conocido como Conciencia de clase, que les lleva a una mejor organización como grupo, llevando a cabo protestas pacíficas para la mejora de sus condiciones de vida y trabajo.
La disolución violenta, por parte del ejército, de una manifestación de trabajadores en Nottingham que pedían trabajo y un salario más justo, tuvo como respuesta el incendio nocturno de sesenta máquinas de tejer medias. Estas acciones destructivas, que se extendieron por las zonas de intensa industrialización de Lancashire y Yorkshire en 1812, tomaron el nombre de un imaginario Capitán Ludd (probablemente en recuerdo de Ned Ludd), que firmaba las cartas intimidatorias dirigidas a los propietarios de las máquinas. En ellas se exigía la pronta retirada de las máquinas para una fecha en concreto, o en caso contrario, enviaría hombres a destruirlas, quienes en caso de encontrar resistencia, tendrían incluso su autorización para asesinar a los dueños y destruir las propiedades.
La respuesta gubernamental a dicho movimiento, permitió comprobar que el gobierno se ponía de parte de los empresarios mediante la represión, que llegó a suponer la ejecución de dieciocho ludistas en 1813.
A partir de 1817 el movimiento empezó a decaer, pero se continuó en el campo inglés en los años 1830 y se extendió a otras regiones del continente europeo, donde la Revolución Industrial estaba adquiriendo relevancia. En Cataluña se llegó a quemar la máquina más avanzada del momento. A pesar de todo, sin una base ideológica definida, su alcance era claramente limitado debido a que se dirigía a las máquinas en lugar de atacar las verdaderas causas de su situación, por lo cual empezó a desaparecer a medida que la protesta se fue desplazando de ir contra las máquinas para dirigirse contra sus propietarios, forjándose de esta manera los primeros sindicatos obreros.
A finales del siglo XX, en plena revolución digital, surgió un movimiento conocido como neoludismo, que se opone a la inteligencia artificial y todo avance científico que se apoye en la informática. Reconoce que no solo los empresarios son los explotadores sino que es la forma en que funciona la tecnología la que aliena tanto al explotador y al explotado convirtiéndose, a criterio de ellos, ambos en partes funcionales de la maquinaria tecnológica.